DÉJAME TRANQUILA

 

 

No hay noche en que no me ataque. Es un ataque del más allá; y que se hace frontal y ondula mis pensamientos en un espiral de tormenta. ¡Déjame tranquila! -Le grito-. Y una lluvia de sudor moja mi cuerpo. Un sudor rabioso, pegajoso e insoportable.  Mis sábanas adheridas a mi cuerpo envolviendo situaciones que apresando mi alma descubren lo frágil que soy. Ya son las tres de la mañana.  Y Así por cuatro meses, ese oscuro e inmenso mar de emociones se congregaban para hacer de mis noches infiernos.  La cabeza estallando: “No pasaré el examen”. “Debí haber hablado de mi, en la entrevista para el nuevo trabajo (lo evadí)”. “Hay gente mejor que yo”.  “Mi cara tiene granos, me rasqué toda la noche”. “No encontraré trabajo”.  “Subí de peso”.  “No soporto a mi familia haciendo preguntas todo el día”.   “Me enamoro de la persona equivocada”.  

 

Y las noches se van atropellando de amargura, y la cama ya no es lo generosa que había sido hace cuatro meses. Y no quiero ir al psicólogo nuevamente. Tengo libros de autoayuda, videos de YouTube “sobre cómo evitar que los problemas no me paralicen”. No quiero sentir que no puedo mover mi cuerpo porque el miedo me encierra. Y el círculo no acaba.  El pánico aterriza al atardecer.  Por más que haga zumba, trote y vaya al parque a caminar, la agotadora razón de tener una mascarilla cubriendo mi boca y nariz, me frustran. Pero me detuve en la cascada del pensar, y me centré en ese personal de la salud cubiertos horas del día en la mascarilla y arriesgado su vida por mi y por los otros. Y esa reflexión fue la chispa que rebotó e iluminó una ventana en mi pensamiento.  Hoy tengo mi cita con el dermatólogo. Sentada en la sala de espera, ante un desierto de personas, dónde hay solo siete, contando a las dos recepcionistas.  Me ubiqué en un extremo del salón, dónde cada asiento tiene un logotipo adhesivo en color verde: te puedes sentar.  Y Los otros dos asientos de al lado, lucían un adhesivo rojo del hospital: no te sientes aquí.  Y fue en ese preciso segundo, al mirar esos asientos, que el mapa de mis pensamientos se posicionó en una nueva esfera.  Esos cuatro meses de tortura y soledad encontraban un escape hacia el sol. Y empecé a visualizar mi yo, comprendiendo que tal vez, no todos los días tienen que ser verdes. Tal vez se maticen los viernes. Es la vida. Y sé que los momentos de inestabilidad hay que afrontarlos. Ya no tiño mis sábanas de ansiedad. Ya la controlo con la respiración y ejercicios. Volví a las clases de zumba. Me río más que ayer. Y aprendí a mirar más allá de mis hombros, en dónde hay vidas sangrando de dolor y, lo único que les queda, es esperanza. Hoy mis sueños son una hilera de sillas en una habitación de murallas blancas, junto a una gran pantalla plasma en la pared que me habla:  ANA, favor pasar a la silla verde 1F. 




Derechos de autor autor © 2020 Carolina Paton
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